Volver a casa después de un tiempo produce distintas emociones. Algunas encontradas, otras de nostalgia, llegan los recuerdos de los que ya no están con uno y de los buenos momentos guardados en cada rincón. Indiscutiblemente hay cosas que siempre te hacen recordar tu casa cuando te vas, tus lugares, tu gente, tus tacos favoritos. Acapulco tiene cosas que no se van con uno y son las mismas que te invitan a volver.
Y es que no es por nada, pero Acapulco es un paraíso tropical para la vista del que se le pare en frente. “Desde donde te pares, tienes una vista hermosa de Acapulco”. Esa es mi mejor respuesta para alguien que pregunta cómo es vivir aquí.
Hay cosas que no te puedes llevar contigo, le pertenecen a la tierra y no se van a encontrar en otros lados. Los costeños sabemos cosas de otro mundo. Del calor humano, del olor del mar y el aceite de coco. Del sabor del mango con chile y el coacuyul dulce. Tenemos “la sazón”, pues, para la vida. Si no me creen, pregúntenle a Tin-Tán cuál era su guarida preferida para echar la vacación con los amigos. O a Rita Hayworth cómo era una tarde de verano en el hotel Casa-Blanca. Esas cosas, la vitalis naturae de mi Acapulco nunca dejarán de existir, por fortuna. Un atardecer de Pie de la Cuesta no se encuentra en ningún lado. Así como no se encuentra el sabor de la comida, aunque te encuentres paisanos cocinando en el otro lado del mundo. La comida en casa es: la comida en casa.
El bolillo caliente que te llega hasta la puerta de tu casa, la cecina que te comiste con un buen queso fresco, una cazuela de pozole en jueves como si se tratara de algo religioso. Eso no se va contigo y vuelves irremediablemente para reconfortarte en ello, en la comida de tu casa, en el cobijo de tu tierra.
Así pues, queremos volver a la tierra, para gritarle al mundo lo sabrosa que es.