En el tejido de la historia de México, encontramos una historia fascinante que se despliega a través de los mares y las culturas. Esta historia se origina en las aguas del Pacífico, donde el legendario Galeón de Manila, conocido como una gran embarcación comercial que conectó a dos mundos, dejó una huella duradera y sabrosa en el suelo mexicano; entre ellos la deliciosa tuba.
Cuando el imponente barco tocó tierra en las costas mexicanas, trajo consigo cocos que, a diferencia de su uso en común como fuente de agua, algunos de estos se secaron durante su travesía. Estos cocos, en lugar de desperdiciarse, dieron vida a las semillas de coco que fueron cuidadosamente protegidas por la población local, llena de esperanza de que florecieran en el fértil suelo mexicano.
Se cuenta que el primer rincón de México en el que se vio crecer una palma de coco fue en el estado actual de Colima. En este lugar, los esclavos filipinos, traídos por los colonizadores españoles para trabajar en la producción de caña de azúcar y arroz, compartieron su profundo conocimiento sobre las palmas de coco y sus versátiles derivados de donde surgieron recetas, bebidas, dulces y todo lo que actualmente conocemos de este.
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Un término que pronto se convirtió en una parte inseparable de la cultura de la costa sur mexicana es “tuba”, palabra de origen filipino, que se refiere a la savia extraída de la palma de coco. La tuba es una bebida fermentada que se elabora a partir de la savia de las inflorescencias de la palma de coco. Su producción se caracteriza por ser completamente natural, ya que en la mayoría de las regiones donde se produce no se agregan levaduras externas para generar la fermentación.
El proceso de obtención de la savia de coco es un trabajo minucioso que comienza con un corte en la base de las inflorescencias del cocotero. Este corte permite que los vástagos se doblen horizontalmente, y luego se realiza otro corte en la punta de la inflorescencia para que la sabia gotee hacia un recipiente colocado debajo. Este proceso se repite dos veces al día durante aproximadamente 10 a 15 días, período en el que la palma produce este valioso néctar.
La tuba recolectada por la mañana se conoce como “tuba dulce”. Tiene una textura viscosa, un color transparente y un sabor sumamente dulce, lo que le ha valido el apodo de aguamiel. Sin embargo, su vida útil en estas condiciones es efímera, de apenas unas cinco horas, ya que la fermentación natural comienza rápidamente.
Por la tarde, se obtiene una variedad de tuba con una consistencia más ligera y un sabor menos dulce, atribuido en gran medida al tiempo que ha estado expuesta al calor del día.
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Los artífices de esta laboriosa tarea son conocidos como “tuberos“. Estos expertos trepan las copas de las palmas con destreza, ya sea utilizando cuerdas tradicionales o las modernas escaleras.
Sin embargo, el proceso de la tuba no concluye únicamente con la recolección. Los tuberos hierven la bebida para detener la fermentación y agregan diversos ingredientes como pulpa de otras frutas, dando lugar a una amplia gama de sabores únicos.
La producción y venta de la tuba se ha convertido en una actividad emblemática en varias regiones de la zona costera del Pacífico, en especial en la Costa Grande de Guerrero, así como en Colima, Jalisco, Michoacán y Oaxaca.
Esta bebida ha forjado una parte crucial de la cultura y tradición mexicana, y todo esto se ha logrado gracias al legado filipino que arraigó en estas tierras hace siglos.
