Muchas veces escuchamos el término, pero ¿sabemos que es un Sibarita? ¿De dónde nace esta acepción? Y sobre todo: ¿qué hace en su vida para merecer tanta dicha y placer? Me puse a indagar al respecto ya que muchas veces me quedo perpleja al escuchar alguien auto nombrarse “sibarita” aún cuando a penas y conocen las 5 taquerías de su cuadra. ¡Barbaridad!
Resulta que proviene de la antigua isla griega de Sibaris, una ciudad cuyos habitantes eran tan ricos que no sabían qué hacer con tanto dinero y decidieron gastarlo en todo tipo de lujos, desde los más normalitos hasta los más excéntricos; ¡vaya vida!
Hacia el año 721 a.C. colonos griegos procedentes de Acaya, una región del norte del Peloponeso de las más pobres de Grecia, fundaron en el extremo occidental del golfo de Tarento, sobre el mar Jónico, al norte de la desembocadura del río Crati, la ciudad de Sibaris. La emigración hacia el oeste, había surgido como una forma de salir de la pobreza en la que estaban sumidos; así fue que llegaron a establecerse al sur de la península itálica, en lo que se conoce como Magna Grecia, precisamente por la gran cantidad de colonias fundadas por los pueblos procedentes de Grecia.
Al principio, los sibaritas se dedicaron a lo que sabían hacer: cultivar trigo y criar ovejas y cabras. Pero sin saberlo, tuvieron la suerte de haber elegido un punto estratégico para el comercio, la zona era un estupendo pasaje del Mar Jónico. Se dedicaron al comercio y abrieron una vía terrestre rápida y segura, que pusieron al servicio de las ciudades interesadas. Fue una auténtica mina de oro.
Sibaris se convirtió en una especie de puerto franco, al que afluían riquezas de todas partes. Pronto todos en ella ostentaban una alta posición social, casi sin excepción alguna. Muchas son las cosas que se cuentan sobre los sibaritas y sus lujos. Se dice, por ejemplo, que había por toda la ciudad canales que llevaban el vino directamente del campo a la ciudad, y que no se dejaba trabajar a los herreros y carpinteros porque el ruido que hacían al trabajar les resultaba molesto; ¡vaya que si hubiera yo sido feliz por vivir ahí! Especialmente cuando mis vecinos se ponen a taladrar en domingo.
Existen también escritos sobre varios sibaritas famosos, los cuales se destacaban por su verdadera excentricidad y extrema refinería. De entre todos estos, el más famoso fue, sin duda, uno llamado Mitrídates VI, de quien el historiador Herodoto dijo “que había llegado a ser el hombre más sobresaliente de todos en las delicias del lujo, en un tiempo en que Sibaris florecía a sobremanera”. Asimismo, se refiere a él Séneca, cinco siglos más tarde: “Dicen que en la ciudad de los sibaritas hubo un tal Mitrídates VI que, al ver a un hombre que cavando levantaba mucho el azadón, se quejó de que este espectáculo le fatigaba y prohibió que semejante faena se hiciese en su presencia; y también se quejó a menudo de irritación de la piel por haberse tendido sobre arrugados pétalos de rosa” (¡que mamón!).
Pero eso no fue todo, y aquí es donde guarda esta historia su moraleja; pues fue su lujo desmesurado lo que los llevo a la destrucción. En el colmo de su extravagancia, los sibaritas inventaron lo que podríamos llamar la primera escuela de danza ecuestre (cuando uno tiene mucho dinero y no sabe en qué gastarlo, pones a bailar a tus caballos). Prepararon a sus valerosos corceles guerreros para danzar un auténtico ballet hípico. Esto hacía, naturalmente, que sus desfiles fueran increíbles, pero a la hora de la batalla ¡ya se imaginarán lo que pasó! Los caballos reaccionaron bailando al compás de la orquesta que llevó el bando enemigo; fue así, entonces, como bailaron con la más fea y marcaron su fin.
Actualmente no existe rastro de lugar alguno con tanta excentricidad. La situación económica global hace que los Sibaritas contemporáneos sean bastante escasos. Hoy podemos reconocer a un sibarita gracias a sus gustos exigentes, su buen sentido por la moda, viajes y placeres costosos.
Sólo si eres hijo legítimo de Carlos Slim puedes darte el lujo de auto llamarte “Sibarita”, o bueno, si trabajas en Televisa y haces muchas novelas a lo largo de tu vida, las suficientes como para comprar una mansión en las Lomas… Ok, ok, no.
Lo que sí es posible para todos sin importar los centavos que guarde tu bolsillo es lo siguiente: encontrar placer en lo que más te gusta hacer o probar, esto sin necesidad de trabajar como burro y quedarte “corto” en la quincena. Honestamente, he constatado que los verdaderos lujos no los compra el dinero. Además, todos guardamos a un sibarita dentro (o por lo menos soñamos con serlo) y este sale a la luz hasta cuando disfrutamos en compañía de los que más amamos.