Columna

La comida es un acto de amor, un acto de amor de una madre

Mientras intentaba descifrar qué podía escribir para esta nota, vino a mi mente una frase que iluminó mi mente como pequeñas luciérnagas en la noche e incluso logró desenterrar los recuerdos de mi infancia que yacían guardados en un pequeño cofre: «cocinar es un acto de amor».

Sin duda esta frase podría llevarnos a imaginar a una escena romántica en donde una pareja cocina, tienen momentos íntimos y sensuales, accidentes y travesuras de ensueño, como en las comedias románticas. Sin embargo, hoy esa frase me ha calado de una manera muy distinta a como supuse que lo podría hacer, pues la asocié a una forma de amor que es irrepetible en el mundo, al amor más puro e incondicional que existe: el amor de una madre.

¿Será tal vez que las madres ocupan un ingrediente secreto para sazonar nuestra comida?

Las mamás casi siempre están asociadas (más que a la cocina) al hecho de alimentar a sus hijos, a ser una fuente proveedora de nutrientes y sustento, pues ellas lo hacen desde el primer instante de la vida de sus pequeños; los amamanta a su temprana edad y los procura hasta el último de sus días. Incluso no es nada difícil poder recordar ese platillo casero favorito que nos recuerda a nuestras madres, y que por más que lo lleguemos a probar en diferentes lugares, de diferentes personas, incluso de experimentados cocineros o chefs, el sazón de mamá siempre será único e inigualable.

¿Será tal vez que las madres ocupan un ingrediente secreto para sazonar nuestra comida? Tal vez sí, y puedo estar casi seguro que se trata de agregarle una cantidad específica de amor, un elemento que no se puede ver pero sí sentir, algo que impregna hasta el último grano de arroz y hasta la última pizca de sal, un amor que desborda y se derrama entre las las ollas y los sartenes; un proceso alquímico que solo las madres pueden hacer y que nunca podré descubrir.

Cocinar sí es un acto de amor, que reconforta el alma y el corazón, que nos llena y nos produce felicidad; la comida de mamá nos redime, nos consuela, nos une y nos abraza. Nos otorga recuerdos y nos acompaña a vivirlos, sentirlos y olerlos nuevamente. Tal vez el ajo frito con mantequilla, el mole hirviendo, la carne asándose o el guiso marinándose; siempre habrá algo que los detone y nos lleve hasta ese momento en nuestra vida donde lo disfrutábamos por primera vez, en compañía de nuestra madre.

Tal vez algún día ya no estén. Tal vez un día la estrella se dirija hacia el occidente y su luz deje de brillar, pero su memoria y su esencia siempre perdurarán a través de los recuerdos, mismos que serán evocados en el instante que podamos sentir nuevamente esos olores, sabores y colores de la comida que ahora forma parte de nosotros, la comida que preparó en algún momento mamá y que degustábamos con su compañía. Ese es el poder mágico de la comida: el ser capaz de unir dos corazones, uno orgánico y uno etéreo, en cada bocado, como un abrazo tan fuerte que pueda volver a unir las piezas de un corazón roto en medio de la ausencia.

Sí, la comida es un acto de amor, un acto de amor de una madre para sus hijos…

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